Fotografía como representación de la realidad
Desde su mismo nacimiento, la fotografía se descubre como un medio novedoso de representación de la realidad, en el que se produce una unión estrecha -inseparable- entre la técnica y el arte. Un enorme avance “para el progreso de las ciencias y de las artes”, como afirmó en 1839 el diputado de la Cámara francesa François Arago, astrónomo-físico de formación, al anunciar públicamente el descubrimiento del Daguerrotipo en la Academia de las Ciencias de Francia (donde se había invitado también a los miembros de la Academia de las Artes)3 . Con la fotografía parecía culminar la etapa revolucionaria obsesionada por la noción de progreso imparable. La civilización moderna había encontrado un método en el que los avances técnicos se dan la mano con el arte de la representación, para no deber ya nada al pasado, ni siquiera la técnica de apropiación del mundo que les había tocado vivir y documentar de modo fidedigno. La sociedad de mediados del siglo XIX anhelaba un medio como la fotografía, porque también en la pintura del momento buscaba ser fiel a la naturaleza; la expresión creativa se identificaba con la visión. De hecho, fotógrafos pioneros como Daguerre, Octavius Hill, Nadar, etc., fueron antes pintores o dibujantes, que cambiaron el pincel por la cámara con una clara intencionalidad artística. Incluso Paul Delaroche llegó a vaticinar la muerte de la pintura, sustituida por la fotografía, porque permitía una representación detallada y verosímil a la que la primera no podría nunca aspirar.
En los comienzos del positivismo moderno, que ponía en la experiencia científica la base de todo conocimiento, esta situación privilegiada de mecanismo de registro de la realidad externa auguraba a la fotografía un futuro muy prometedor. Pero no todos los pintores fueron tan entusiastas como Delaroche. Muchos otros apoyaban las famosas críticas de Baudelaire en 1859, para quien los primeros fotógrafos eran pintores fallidos que escondían su falta de talento en lo mecánico de un medio que dejaba escasas posibilidades a la creatividad: “En cuanto a pintura y escultura, el credo actual de la gente de mundo, especialmente en Francia (y no creo que alguien ose afirmar lo contrario) es el siguiente: ‘Creo en la naturaleza y nada más que en la naturaleza (hay buenas razones para ello). Creo que el arte es y no puede ser más que la reproducción exacta de la naturaleza (una secta tímida y disidente opina que los objetos repugnantes deben descartarse, tales como un orinal o un esqueleto).
Así pues, la industria que nos brinde un resultado idéntico a la naturaleza será el arte absoluto.’ Un dios vengador cumplió el deseo de la multitud. Daguerre fue su Mesías. Y así la masa razonó: ‘Puesto que la fotografía nos ofrece todas las garantías deseables de exactitud (¡Eso creen los insensatos!), la fotografía es el arte’” (Baudelaire, 1961, 1033-1035). Baudelaire defiende una diferente concepción estética al realismo, que adelanta las corrientes simbolistas e irracionalistas de fin de siglo. Para él lo más importante del arte tiene que ver no tanto con la realidad visual como con la poesía, los sueños y la imaginación libre. Daba por supuesto que todo o casi todo en fotografía es mecánico, por lo que no cabe hacer con ella algo verdaderamente creador. El factor técnico del medio, su vinculación estrecha a la realidad, no sólo impedía el ejercicio de la subjetividad y del buen oficio sino que además ataba las alas de la imaginación del artista. Por esta causa, Baudelaire aconsejaba a la fotografía a conformarse con ser un mero auxiliar de las bellas artes, como venía haciendo la imprenta desde su origen. La fotografía fue sustituyendo progresivamente a la pintura y a la miniatura en el retrato, y más tarde al dibujo y al grabado en la ilustración de textos y periódicos; y todo esto obligó a muchos dibujantes profesionales a abandonar su actividad primitiva y ejercer la nueva técnica, a la que aportaban parte de lo que habían heredado de sus actividades anteriores. Y estos ilustradores y retratistas conversos a la fotografía defendían también sus derechos de autor.
Este es el tono de la polémica en Francia en 1862, cuando después de un pleito entre fotógrafos por venta de fotografías apropiadas, la audiencia territorial de París dio la razón a los demandantes “considerando que los dibujos fotográficos no deben necesariamente y en todos los casos ser considerados como desprovistos de carácter artístico”. Se trata de un veredicto con valor de jurisprudencia, que provocó las iras de los pintores académicos, que acusaban a los fotógrafos de malos pintores advenedizos, y que firmaron un manifiesto en el que no admitían “la asimilación que pudiera hacerse entre pintura y fotografía” (Lemagny, 1992).